jueves, 5 de mayo de 2011

Los Pigmeos.

Los Pigmeos habitan -mejor: recorren, porque vagabundean siempre de un sitio para otro - en un país de fábula: Un extenso territorio, en el que los árboles son tan numerosos como las arenas del mar; donde abunda el agua como en el paraíso terrenal; donde el suelo genera con profusión. Los hippys que pasan (mejor: “pasaban”, pues eran otros tiempos) por aquí preguntan: “¿Es la misión de NDUYE?; ¡me gustaría visitar un Kambi (campamento) de pigmeos!”
 



Civilización primitiva. 

Nada más sencillo: Un pequeño claro en la selva de cincuenta metros cuadrados ocupados por cinco o seis casitas cuya estructura consiste en una treintena de varas gruesas como el dedo meñique, entrelazadas con algunas lianas, hincadas por los extremos en la tierra, formando el conjunto una cúpula semiesférica.
Una serie de tejas hechas de hojas anchas protegen los sueños sencillos de la gente más sencilla de este mundo. Una entrada sin puerta; una única pared sin ventanas; un suelo de tierra.
¿Y la silla? ¿Y la mesa? La tierra es lo bastante amplia para colocar una rata asada, una anca de mono, un cuarto de antílope, cuatro tubérculos de mandioca, un puñado de hojas trituradas y sazonadas con el estimulante “Pili-Pili” (guindilla).

Religiosidad naturalística.

Los pigmeos: son simpáticos, astutos, esbeltos. Te miran con desconfianza una primera y una segunda vez; pero luego se tornan afectuosos. Hablan, danzan y caminan en un “accelerato” continuo; mientras que trabajan en un “adagio” (lento) prolongado.
Tienen respeto y reverencia del cadáver humano. Para no molestar su sueño abandonan el poblado y se establecen en otra parte.
De la tierra tienen el color. Cuando están de fiesta se disfrazan con arte y gusto con dibujos bizarros de color negro, del que hacen uso abundante, pues para ellos es el símbolo de la alegría y de la vida.
Su Dios, no habita en el cielo, pues no podría ver lo que sucede en la selva, bajo los árboles, bajo las hojas. ¡Él gira entre los troncos, en las ciénagas, en los arroyos, entre las raíces! Dirige la flecha del pigmeo para que el mono caiga a sus pies. Espanta a los antílopes para que terminen en las trampas que les han preparado.
Imitan los sonidos misteriosos de la selva. Fuman el alucinógeno “Bangi” (marihuana). Padecen de “frambuesa” (enfermedad parecida a la sífilis pero no venérea). Temen la sociedad del poblado negro. Colocan en primer plano la libertad.
No poseen nada: pero tienen millares de hectáreas de selva. En dos horas pueden tener una casa nueva, construida únicamente por la esposa. Tienen dos pies a espátula que trotan infatigables durante kilómetros, como un motor de dos tiempos.
Una historieta africana dice que, llegado el sábado, el ángel encargado de hacer la limpieza en el taller de Dios se afana en  poner orden y barrer. Al final hay todo un montón de restos de cuanto ha sido empleado en la creación de los animales y del hombre. El ángel no sabe dónde tirar aquellos restos y se presenta ante el Señor. Dios se propone crear otro hombre, pero se da cuenta que el material es insuficiente...  Por eso sopla sobre ello. Y todo el material cae en la selva ecuatorial dando origen a la tribu de los hombres más pequeños del mundo.






Nuestros Pigmeos.

En la misión de Nduye los verdaderos pigmeos son pocos: la mayoría está mestizada con otras razas. ¡Son los llamados pigmoides! Decir que los pigmeos de Nduye son primitivos sería exagerar la realidad. ¡Decir que están avanzados en la civilización sería una pesada broma!
Han entrado en contacto con la civilización occidental y la asimilan con cuentagotas; y sólo en alguno de sus aspectos. En su interior siguen ligados al desnudo, a la selva, a la sencillez  más simple.
En los senderos de la selva encuentro muy a menudo hombres de cuyo cuello cuelga un pequeño diente de jabalí o de leopardo; mujeres con curiosos pendientes. ¡En el labio superior las mujeres tienen un pequeño orificio en el que introducen un cañutillo de paja o una flor llamativa o una astillita de madera teñida de negro!

Habilidad extraordinaria

Los pigmeos conocen los secretos de los modistos parisinos. Con la ayuda de un trozo de colmillo de elefante, cuya base han esculpido en forma de tablero de ajedrez, golpean con maestría ciertas cortezas y obtienen así ¡pañuelos Lines (así en el original), perfumados de bosque! ¡Saben después volverlos parlantes con dibujos varios, cuyo color es extraído de ciertas plantas! Hábiles cazadores, saben envenenar sus flechas pero que no envenenan la carne de las piezas que caen bajo sus golpes...
Frecuentemente vienen a visitarme con un arco, enguantado en la cola de un macaco, y algunas flechas; lo cambian todo por algunas monedas para bebida; o por algunos cigarrillos para calentarse al anochecer y defenderse de la humedad de la noche.
Los pigmeos tienen como casa la selva. Como templo en el que rezan a su Dios: el cielo. Como altar para sus sacrificios: el tizón siempre encendido. Como amigo inseparable, el arco y como defensa la flecha. Su amuleto es un hueso o un pedacito de madera. Para compartir con todos tienen la simplicidad de la vida.
 
 
 

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